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Las casas que no tenemos

#QuédateEnCasa es el grito de la cuarentena y el clamor de las autoridades y de los medios. Pero, ¿qué pasa cuando no existe una casa en la cual quedarnos? ¿Qué pasa cuando la casa que sí tenemos no tiene espacio suficiente para vivir en ella en condiciones de dignidad? ¿Qué pasa con el calor infernal que se contiene y potencia bajo la calamina o el agua que se cuela por las grietas de la pared? ¿Qué pasa con las familias compuestas en las que conviven, en condiciones de precariedad, varios hogares a la vez?

En suma, ¿qué pasa con la pobreza? Cuando nos acostumbramos a que los pobres viven en ciudades de pobres y reciben servicios públicos para pobres, la desigualdad sonríe y se acomoda feliz en el sofá al lado de algún ricachón con vista al mar. Ni siquiera cuando tú pasas al lado de esa persona que pide limosna en la vereda piensas realmente en sus condiciones de vida. En Argentina, la organización ACIJ sacó una campaña para concientizar respecto a las personas en situación de calle pues “para quedarse en casa, hay que tener una”. En Lima han decidido usar la plaza de Acho (con su piso de tierra) para brindar atención a las personas sin hogar mientras que en Londres han coordinado con hoteles para poder recibirlos.

Ahora, que el coronovirus nos fuerza a parar y nos vemos obligados a imaginar nuevas formas de hacer ciudad corresponde repensar también cuáles son las políticas urbanas que queremos promover. Si hemos tenido plata para realizar megainversiones con motivo de la pandemia, más adelante, podríamos tener un Programa de Vivienda Social que de verdad atienda a las personas más necesitadas y que no meta cual lata de sardinas a 10 personas en 40 metros cuadrados, planes urbanos para ciudades y territorios que sean resilientes y sistemas de transporte dignos y espacios públicos saludables. ¿Qué mejor retorno a la inversión pública que la prosperidad y la calidad de vida de sus habitantes?

El profesor David Harvey, en su libro Ciudades Rebeldes, nos dice que en la economía global –que es cíclica– solo hay dos caminos para salir de las recesiones: haciendo la guerra o la urbanización. Quizá, la oportunidad para nuestro país está en aprovechar este impulso para convertirnos en un país con ciudades sostenibles a escala humana y basadas en un sentido de comunidad que nos permita potenciar esos nodos locales a la vez que conectarnos solidariamente.

Olvidemos las ciudades simplonas, frívolas y segregadoras que hemos tenido hasta ahora. Este debe ser nuestro camino pues no, no queremos irnos a la guerra.

 

Colummna Ciudad de M, por Mariana Alegre para Perú21.

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