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Ceviche carretillero

La semana pasada escribía sobre el potencial del espacio público en la reactivación económica y cómo el comercio en la calle ha sido siempre –y seguirá siendo– una alternativa para miles de familias. La comida tiene un lugar especial en este proceso. Sin embargo, al mismo tiempo que la gastronomía es motivo de orgullo nacional, la venta callejera suele ser rechazada, estar cargada de prejuicios y, en muchos casos, genera desprecio. Claro, salvo que sea la inspiración para un caro plato de la cocina de un lujoso restaurante.

A pesar de que el comercio de comida en la calle ha sido documentado en nuestra historia, hoy en día es usual que las políticas municipales rechacen la venta de comida en la vía pública. De hecho, en muchas ocasiones, los gobiernos locales se han visto forzados a la aceptación o a hacerse la vista gorda cuando ven venta de alimentos en sus calles. Un ejemplo concreto es lo difícil que resulta conseguir un permiso municipal para un puesto callejero o para colocar mesas y sillas a las puertas de un local de comida. Lo único que consiguen es que los negocios en calle se mantengan informales y que las condiciones de salubridad y orden no puedan ser exigidas ni controladas eficientemente.

En el otro extremo se encuentran las medidas de rechazo oficial al comercio ambulatorio de comida. Recuerdo cuando se destruyó en vivo y en directo, en televisión, los carritos de venta de huevos de codorniz de comerciantes del Centro de Lima. Un gesto que refleja una ausencia de visión de la comida de la calle y la falta de políticas para poner en valor este activo de nuestra gastronomía.

Dónde creen que nació el anticucho y los picarones, el choclo con queso y la papa rellena, platos emblemáticos de nuestro acervo culinario: en la calle, en el campo. Y ni qué decir del cebiche que se come en el mismo puerto y que migra a la ciudad en carretilla.

De la misma manera, el mercado nace y se hace en la plaza del pueblo. Empieza con el trueque, práctica que –en medio de la pandemia– renace en las Agroferias Campesinas.

Ojalá la pandemia nos deje revalorar los mercados pero no solo como puntos de abastecimientos, sino como lugares de encuentro. Por eso, molesta que algunos municipios opten por cerrarlos o, peor aún, demolerlos. Lo que pierden no es solo un espacio de compra-venta, sino de identidad.

Sí, la calidad y cantidad de nuestros espacios públicos es muy baja, pero la sociedad debería entender que nos benefician de manera integral: dan bienestar, dan seguridad, potencian la economía y nos hacen disfrutar. ¿O no?

Columna por Mariana Alegre, publicada en Perú21. 

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