Estamos a tiempo para reconfigurar el espacio público en nuestro país, para comprender que la vida colectiva y la vida pública deben ocurrir al aire libre.
Ante la inminencia de la segunda ola, se confirman las sospechas de que nuestro país no se encuentra preparado. No tenemos los equipamientos médicos suficientes ni tampoco hemos podido remontar la crisis económica. Es nuestro deber proteger la vida de la muerte pero también ofrecer condiciones apropiadas para vivir y no solo sobrevivir. Es así que, una vez más, alerto del gran potencial que tiene el espacio público para ofrecernos oportunidades sin riesgo de ser contagiados.
Aunque ya lo deben saber, la segunda ola no llegó producto de las marchas multitudinarias para la restitución de la democracia. La segunda ola parece proceder de las múltiples reuniones y encuentros por fiestas y empiezan a evidenciarse los casos que diezman a las familias. Esto demuestra, una vez más, el bajísimo riesgo de contagio en espacios abiertos con las medidas de distanciamiento en marcha. Sin embargo, el espacio público sigue restringido. Hay distritos en el país que, teniendo la capacidad y los recursos, se niegan a abrir parques y espacios públicos. Hay otros que no tienen infraestructura verde ni abierta pero se dedican a corretear a quienes deciden hacer uso de la calle. Entonces, ¿adónde vamos los ciudadanos cuando la opción de quedarse en casa, claramente, no puede sostenerse?
Aún estamos a tiempo para reconfigurar el espacio público en nuestro país, para comprender que la vida colectiva y la vida pública deben ocurrir al aire libre, para preparar nuestras plazas, parques, calles y pistas; para propiciar el encuentro, la recreación, el entretenimiento, el deporte y el trabajo al aire libre. La tragedia de la pandemia podría dejarnos como legado ciudades en las que el espacio público esté, verdaderamente, al servicio de las personas. ¿Será que el Perú se atreverá a hacerlo?
La otra opción es perdernos en la mediocridad a la que nos han acostumbrado, a pelear por centímetros de veredas ahí donde existen, a intentar cruzar la calle sin que nos atropellen, a mirar a través de las rejas de los parques cerrados añorando la posibilidad de poder usarlos, a aceptar que las playas nos serán esquivas pues no somos del grupo privilegiado que puede hacer cuarentena en sus casas de playa. Exijamos que nos devuelvan nuestro carácter de ciudadanos, de ciudadanos con derechos pues, como meros consumidores, no llegaremos muy lejos pues no nos alcanzará el dinero ni para pagar la entrada al parque zonal y mucho menos para pagar la cama UCI.
De la columna dominical “Ciudad de M” por Mariana Alegre, vía Perú21.