Ciudades que son peligrosas para las mujeres pues se aprovechan de nuestra vulnerabilidad en cada momento.
Con asco, aunque sin sorpresa, escuchamos al abogado Paul Muñoz pretender justificar el crimen cometido por su defendido –junto a otros chicos– contra una joven a quien decían tener de amiga. Una violación sexual inexcusable y vergonzosa que nos muestra lo mucho que hay que hacer para erradicar la cultura machista y sexista de nuestra sociedad. La mujer y ¡la niña! vistas como objetos.
Al grito de “me gusta la vida social”, miles de mujeres han salido a expresar su bronca contra el delito, pero también ante la normalización absurda de un único estilo de vida para las mujeres: la de la persona “decente” que no sale mucho de casa y no bebe ni baila pegado. Y es con esto que quiero que vinculemos este estereotipo falso con las ciudades que tenemos. Ciudades que son peligrosas para las mujeres pues se aprovechan de nuestra vulnerabilidad en cada momento.
Desde que eres niña y sales a la calle y alguien te mira mucho o, peor aún, te toca. Desde que eres escolar y te meten la mano en el bus y no sabes que varios grupos de enfermos se comunican por redes sociales los horarios de salida de colegios y las líneas de bus que deben tomar si quieren “pescar” a una niña con falda de colegio. Cuando empezamos a crecer y debemos ganar independencia pero nuestros propios padres nos limitan nuestros horarios, nuestros recorridos y, por ende, nuestras posibilidades. Cuando alguien más te espera en el paradero o cuando decides bajarte en la otra esquina pues la que te corresponde es peligrosa o cuando gastas más dinero para evitar ir en un transporte público que te agrede aunque sabes que igual estás en riesgo en el taxi que tomaste.
Esas son las ciudades que tenemos, ciudades que no aceptan que las mujeres tengamos vida social, que buscan encerrarnos en casa al amenazarnos y no protegernos. Esta es nuestra sociedad, en la que se culpa al papá de la víctima, se le culpa a ella, se culpa a la amiga pero nunca se culpa al criminal, al delincuente. A las mujeres nos gusta la vida social y eso no le da permiso a nadie para que nos violen.
Entonces, ¿cómo acelerar el cambio? Toca reeducar a los hombres, desbaratar sus creencias, confrontarlos con las malas ideas enraizadas, incomodarlos, recriminarles, llamarles la atención, exponerlos.
Sí, será incómodo y les va a molestar, pero sepan que el fastidio es ínfimo al compararlo con la vergüenza y el destrozo que causa una violación. Más mujeres que las que ustedes creen lo han sentido, saben lo que se siente, conocen la humillación profunda que se tragan en silencio: solo miren a su alrededor.
Columna por Mariana Alegre, publicada en Perú 21
Foto en portada: Reuters