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Pueden levantarse más temprano

“¡Que se levante más temprano!” suele ser una frase que se usa frecuentemente cuando alguien critica las aglomeraciones en los paraderos o las largas colas en los ingresos a las estaciones. No es una expresión exclusiva de la pandemia, sino desde siempre, usualmente acompañada por otras como “parece que les gusta viajar como sardinas”“pero, ¿por qué no esperan al siguiente bus?” o “no cuidan sus vidas, yo no me subiría a esa combi destartalada”.

Sin embargo, ningún pasajero desea viajar apretado, ninguna pasajera quiere ser manoseada, nadie quiere exponer su vida en esa combi asesina. Todos anhelan no tener que despertar tan temprano. Algunos madrugan a las 4:00 o 4:30 para alistar sus cosas y, en el caso de las mujeres, dejar servido el desayuno y preparado el almuerzo para sus hijos.

Completan el sueño con el vaivén del bus y cruzan los dedos para no cruzarse con una huelga o un accidente que los haga llegar tarde a su destino pues algunos supervisores no te perdonan ni una, algunas jefas se molestan mucho y algunos profesores no tienen compasión. Todos los días deben viajar con esa angustia. Nadie elige esa angustia.

Lo peor del transporte público que tenemos en nuestras ciudades no es el pésimo modelo comisionista-afiliador que genera los correteos para ganar “la guerra del centavo”, no es tampoco el riesgo inmenso de poder morir en un siniestro vial, no es tampoco la congestión brutal.

Lo peor de nuestro sistema de transporte es que nos despoja de dignidad. Nos obliga a trepar a esa combi asesina o a elegir un medio informal, hace que hasta los no creyentes se hagan la señal de la cruz cuando el bus acelera y acelera y ves como frena encima del carro del frente. Uffff! Esta vez estuvo cerca.

Molesta que el subsidio al transporte público no solo no sea suficiente, sino que tampoco es genuino. El Ministerio de Economía sigue sin entender que el transporte es un servicio esencial y desperdicia la oportunidad para la reforma. No solo condena a los más vulnerables a exponerse al contagio, sino que les dice que no le importa cómo viajan.

En un país desigual, con ciudades extendidas que empujan a los más pobres a los bordes más lejanos y donde existen y continuarán existiendo los ciudadanos de segunda categoría, seguro piensan, ¿para qué gastar en mejorar los viajes de mierda de esta gente? Total, pueden levantarse más temprano.

 

Columna por Mariana Alegre, extraída de Perú21.

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