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¿Y ahora?

Después de otro capítulo –aún inacabado– en la temporada “Perú” que tuvo a todo el país con los nervios de punta, ¿qué es lo que se viene ahora? ¿Qué es lo que nos podría llevar a reconstruir la sociedad que ahora se encuentra tan fracturada? Quizá lo primero sea –aún– esperar a que se sigan calmando las aguas y a recordar cuáles eran esos valores que pensábamos teníamos como colectivo: ¿la democracia y la lucha contra la corrupción?

En este momento, la vigilancia y la oposición constructiva es lo que nos queda. Los ciudadanos debemos mantenernos firmes y seguir apostando por esos objetivos comunes a los que tanto esfuerzo les hemos metido. De esa manera, una ciudadanía activa y consciente podrá hacer la diferencia, como usualmente lo ha hecho en los momentos más críticos de nuestro país.

Así también, es momento de no dejar que la política siga llena de truhanes y para eso corresponde que más y más personas se sumen a la actividad política partidaria. Para que de esa manera podamos elegir entre opciones buenas e interesantes y no por el mal menor. Así también, los partidos existentes que sí respetan la democracia deben captar a sus filas a personas con vocación de servicio y dispuestas a aprender del juego político con honradez y transparencia. Parece mucho pedir, ¿no?

La representación es importante pero no podemos buscarla cobijándonos bajo las alas de organizaciones criminales que usan al partido como fachada ni tampoco renunciar a nuestros valores pues no hay alternativa política con la que coincidamos.

En ese sentido, es urgente –para evitar que las opciones radicales y antiderechos se consoliden– provocar nuevos espacios para la participación y el activismo político. No queremos una Alt-Right peruana remedando a su versión gringa, tampoco nacionalismos exacerbados ni trasnochados modelos pre muro de Berlín que jueguen con las expectativas ciudadanas.

Todo esto debería pasar mientras cancelamos al corrupto, al delincuente, al tramposo, al “hermanito”, al que quiere quedarse impune para siempre, saquémoslos de nuestras vidas, no les demos más oportunidades. Fortalezcamos nuestra justicia y nuestras instituciones. Esta es la reforma que necesitamos. La que merecemos. Un nuevo país, donde no toleremos la injusticia; solo así podremos unirnos. Solo así podremos volver a mirarnos a las caras sin vergüenza, sin pena, sin decepción y sin miedo.

Ese es el país que yo quiero y que, creo, la mayoría también quiere. Donde quizá podamos discrepar de la forma de hacer las cosas y los caminos que queremos tomar, pero sabemos que el objetivo es el mismo.

Recuerden que los “buenos” somos más, solo que los “malos” se hacen notar y gritan mucho.

Columna publicada en Perú21.

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