Lima tiene que enfrentar un problema que arrastra desde hace décadas. El centro de la ciudad no puede seguir siendo un espacio mitad vacío, mitad tugurizado, sin una estrategia para que su recuperación sea integral y para que los esfuerzos no se gasten simplemente en pintar fachadas o adoptar balcones.
Cualquier renovación urbana que se implemente en el Centro de Lima, que incluye al Rímac, debe tener claras dos premisas. La primera es que se debe trabajar con la gente, con los ocupantes, con los vecinos, que lo han habitado toda su vida. Con inclusión y sin desalojos. Porque sin sus habitantes el Centro perderá su vida, su carácter; será, como mucho, una ciudad museo o, peor aun, una ciudad habitada por personas que no la valoran y que simplemente la ocupan porque en algún momento estará de moda. El Centro volverá a morir si es que carece del empuje que la red humana actual le puede dar.